sábado, 6 de julio de 2019

Observar, reportar, difundir y sensibilizar. Golondrina dáurica (Cecropis daurica). Andarina arroxada.

A mediados del pasado mes de junio cuando a primera hora de la mañana iniciaba un paseo “pajaril” por un parque público ubicado en una localidad del N.O. de Madrid en la sierra de Guadarrama, me llamó la atención una pareja de golondrinas que volando en círculo y a baja altura, merodeaban una pequeña pradera de césped. Enseguida me di cuenta de que se trataba de golondrinas dáuricas, una bella especie de golondrina a la que, los que vivimos en el norte de España, no estamos tan habituados y que nos encanta ver y fotografiar si es posible. 




Tras estar observando sus evoluciones volando a muy baja altura, pude apreciar cómo se posaban en la tierra a unos escasos metros de mi ubicación y comenzaban a recoger barro en sus diminutos picos. 




El lugar elegido no era uno cualquiera, sino que aprovechaban el barro que se formaba cerca de una boca de riego que a primera hora de la mañana distribuía el agua por las praderas a través de unos aspersores. 




Además, ese pequeño charco, si te fijabas con detenimiento, cumplía otra cualidad muy importante para ellas, es que en sus alrededores, caídas en la tierra, había un buen número de acículas de pino que junto con el barro les servía para formar una masa a modo de adobe para dar una mejor consistencia a la estructura de sus peculiares nidos de barro. 




Cogían una y otra vez pequeñas cantidades de barro con su pico y tras amasarla ligeramente para mezclarlas con las acículas, formaban unas pequeñas bolas de masa de adobe que trasladaban inmediatamente al lugar escogido para construir su nido. 




Siempre lo hacían a la vez y en el mismo lugar, a fin de que la consistencia de las paredes de su nido fuera similar, lo cual te permitía, una vez que marchaban con su apreciada carga, esperar a que retornaran al mismo lugar y mejorar tu posición ocultándote tras alguna estructura de los alrededores. Aunque, si te digo la verdad, tampoco era muy necesario, pues en todo momento se mostraron sumamente confiadas con mi cercana presencia y la de otros viandantes que por allí paseaban. 




Tras observar y fotografiar, una y otra vez sus idas y venidas, ahora tocaba la difícil tarea de intentar seguirlas para ver el lugar exacto a donde se trasladaban con sus picos repletos de barro para construir su nido. 





Seguir a unas golondrinas en vuelo no acostumbra a ser una tarea fácil, pero en este caso, tras sortear varios setos y árboles de ese parque, pude averiguar el lugar al que se dirigían una y otra vez y que estaba como a unos 500 m del lugar de fabricación de sus bolitas de adobe. 





Se trataba de un chalet ubicado justo al lado de uno de los extremos del parque y del que lo separaba un buen muro de piedra de media altura a través del cual se podían ver un florido jardín, una bonita piscina, así como la vivienda y una pequeña caseta de aperos anexa a ella y muy cercana al muro. Era allí, a la parte de debajo de un pequeño voladizo del porche que daba acceso a esa caseta de aperos, a donde se dirigía la pareja de protagonistas de esta historia. 




Una y otra vez, acudían allí desde su peculiar fábrica de adobe, sin descanso alguno, ya que a medio día cerraba, pues la escasa cantidad de agua que se allí se acumulaba a primera hora de la mañana, con los rigores del calor, se terminaba secando a las pocas horas. 




Otra dificultad añadida, de la que me pude dar cuenta, era que los fines de semana, los trabajadores de jardinería de ese parque, descansaban y por lo tanto no se regaba con los aspersores y la fábrica de adobe no podía funcionar, por lo que tras percatarme de esa circunstancia, tuve el placer de reactivarles yo mismo su zona de aprovisionamiento, acarreando agua en botellas de una fuente cercana. Algo es algo, porque lo que estaba claro es que el barro tenía que proceder siempre de la misma zona. No valía el de otras posibles zonas de cercanas de aprovisionamiento. 




Ahora a mi me corroía la necesidad de poder ver y a poder ser fotografiar, las obras de su singular nido, pero se trataba de una propiedad privada en la que no estaba habitando nadie durante esos días. Pensé en la posibilidad de que en los fines de semana, acudieran sus propietarios para que, tras explicarles lo que en el techo de su caseta estaba sucediendo, poderles pedir permiso para ver y fotografiar su nido, ya que desde fuera era imposible al no verse por estar debajo del tejadillo antes mencionado. 





Mi gozo en un pozo, allí no aparecía nadie, día tras día y ni rastro de sus moradores ni de nadie de mantenimiento, por lo que decidí aprovechar tanta ida y venida de las golondrinas, para intentar la tarea nada fácil de fotografiarlas en vuelo. 




Tuve que dedicarle un buen tiempo y en distintos días para conseguir alguna fotografía decente de ellas en vuelo. También es cierto, que en vuelo de las golondrinas dáuricas es más tranquilo y de menor altura que el de sus familiares las golondrinas comunes, alternando los aleteos con momentos de planeo y describiendo lo que podíamos denominar círculos irregulares en sus trayectorias, que tarde o temprano les vas cogiendo el tranquillo hasta conseguir enfocar mínimamente alguna ocasión, pero pelearlo, ya lo creo que hay que hacerlo. 




Tras darle vueltas a cómo podría yo acceder al chalet para poder ver su nido, un jardinero del parque, me informó de que el mantenimiento del jardín y la piscina lo llevaba una empresa de jardinería y que una vez a la semana pasaban por allí, para regar, cortar el césped y limpiar la piscina, entre otras, así que tras realizar varias visitas por la zona, al final coincidí con esos jardineros. Tras explicarles los motivos e intenciones, amablemente me permitieron acceder al lugar de anidación y poder observar y fotografiar su característico nido con forma de iglú invertido, de media botella, o de pera, como lo definen algunos. 


Se encontraba bastante avanzado restándole tan solo el alargar un poco más su largo pasillo de acceso que le diferencia del que construyen sus parientes cercanos, los aviones y golondrinas comunes. Se podía apreciar lo reciente del barro, aún húmedo, de las últimas aportaciones que habían realizado. 




La mala noticia era que los propios jardineros de ese chalet, me informaron de que casi seguro, cuando acudieran al chalet los dueños del mismo, mandarían destruir el nido para evitar la suciedad que debajo de él se pudiera acumular por las deposiciones de las aves. Tenía toda la pinta de que así sucediera, ya que muy próximo a ese nido, se podían apreciar los restos de otro antiguo que parecía haber sido destruido en una anterior ocasión. 




Y no será porque yo no les explicara las peculiaridades y vicisitudes que esas diminutas aves tenían que pasar para lograr traer su descendencia. Incluso les estuve informando de los aspectos legales que conlleva la destrucción de esos nidos con importantes multas, pero me insistían que por si por ellos fuera, no lo tocarían, pero que conociendo a los dueños, no eran muy optimistas. 




Una pequeña esperanza me tranquilizó algo y es que tras insistirles yo y sensibilizarles al respecto, me informaron que hasta el mes de agosto, no acostumbraban a llegar a habitar ese chalet los dueños, así que cabía la posibilidad de que si les daba tiempo en terminar de construir el nido y a criar a sus polluelos, igual libraban. Pero echando cálculos, la previsión no era muy optimista que digamos y acceder de nuevo a una propiedad privada, no parecía tarea fácil. 




Yo por mi parte me propuse elaborar una entrada a mi blog que expusiera esta historia y que, tras explicar detalladamente las características de esta especie y acompañarla de mis mejores fotografías al respecto, hacérsela llegar a esas y a otras muchas personas, que sin contemplaciones son capaces de destruir los nidos de estas maravillosas aves que tantos beneficios nos aportan a los seres humanos. Espero que se sensibilicen tras leer y observar a esas preciosas aves y colaboren con ellas dejándolas procrear en sucesivas primaveras. 




La Golondrina dáurica (Cecropis daurica) es una pequeña ave paseriforme perteneciente a la familia de los hirundínidos (aviones y golondrinas) que guardan un cierto parecido a los vencejos (familia Apodiforme) en lo referente a que se alimentan cazando insectos en vuelo, pero no así, entre otras, en cuanto a la forma de construcción de sus nidos, ya que mientras que las golondrinas y aviones utilizan el barro, los vencejos utilizan su saliva para aglutinar materia vegetal y plumas. 





Se trata de unos pájaros de pequeño y mediano tamaño que vienen a medir unos 17 cm de longitud, pudiendo alcanzar los 33 cm de envergadura. Su peso ronda los 21 gr. Apenas existe dimorfismo sexual en esta especie. 





En general se puede decir que tienen el cuerpo fusiforme, cuello corto, pico muy pequeño pero con una gran boca, patas cortas, cola larga y bifurcada, y alas grandes, estrechas y puntiagudas. 





Concretamente, por la parte superior son de color negro con irisaciones metalizadas de color azul, excepto el obispillo que es de color anaranjado. 




La garganta es blanquecina al igual que el pecho y los flancos, pero en estos dos últimos se pueden apreciar unos tintes ocres-anaranjados. En todas esas partes ventrales presentan unas finas líneas longitudinales oscuras que están más marcadas en ciertos ejemplares. 




También por sus partes inferiores son de color blanco sucio y en algunos ejemplares con tintes ocres-anaranjados y con delgadas líneas longitudinales más oscuras. 




Es muy característico de esta especie el color anaranjado de la parte posterior de la cara y de la nuca (del mismo color que el obispillo). 




En la cara también presentan una franja de color marrón oscuro, a modo de brida, que pasando por delante del ojo, llega hasta la base del pico. 





El pico es corto, aplanado, puntiagudo y es de color negro. Cuando abren el pico se puede apreciar una boca muy ancha. 





Los ojos son grandes, de color marrón muy oscuro y están rodeados de un fino anillo periocular de color negruzco. 




La cola es de color negro, tanto por la parte superior, como por la inferior. Es bastante larga (más corta que en la G. común) a expensas de sus rectrices externas y está muy ahorquillada. 




Las alas son largas, apuntadas y algo curvadas. Son de color negro, pero por la parte inferior delantera tienen una zona anaranjada. 




Las patas son muy cortas, sin plumas y de color negro. 




Las hembras tan solo se diferencian de los machos, en que tienen el plumaje menos brillante y que tienen las rectrices externas de la cola más cortas. 




Los jóvenes tienen el plumaje del las partes superiores pardo oscuras con tonalidades azules en la cabeza y en la espalda. Las plumas están ribeteadas en blanco y las zonas naranjas son de menor intensidad. Al igual que las hembras, también tienen las rectrices externas de la cola más cortas que las de machos adultos. 




Su canto se parece al de la Golondrina común, pero es de menor volumen, menos sostenido y musical. Normalmente, a partir de abril y cerca del lugar donde van a anidar, cantan incesantemente. Se las oye también mientras construyen el nido. 




Tienen un vuelo ágil, rápido y acostumbran a describir amplios círculos realizando grandes acrobacias mientras cazan los insectos al vuelo, pero no realizan cambios de sentido tan repentinos como lo hacen las golondrinas comunes. Con frecuencia vuelan en grupo, e incluso mezcladas con otro tipo de golondrinas o aviones. 




Su hábitat acostumbra a ser en zonas de altitud media (500-1.000 m.s.n.m) y en los alrededores de puentes, pasos subterráneos de carreteras, roquedales, acantilados marinos, cortados rocosos, viviendas en pueblos y pequeñas ciudades, así como en edificios rurales (aldeas) abandonados. También en zonas abiertas con pocos árboles, zonas con vegetación mediterránea, en dehesas y en lugares con pastizales o con matorrales. 





Es muy habitual verlas posadas en grupos más o menos numerosos sobre los cables del tendido eléctrico o en las alambradas. 





Se alimentan a base de insectos voladores como, mosquitos, moscas, hormigas voladoras, avispas, chinches y pequeños escarabajos. 




La Golondrina dáurica es una especie fundamentalmente migratoria que nidifica en gran parte de Asia (India y el Sudeste asiático) y en pequeñas áreas de África y del sur de Europa (Sudeste francés, Córcega, Isla de Elba, Cerdeña y el sur de los Balcanes). 


En la Península Ibérica está bien asentada sobre todo en el suroeste peninsular (también en Ceuta y Melilla) y su expansión hacia el norte y el este, que ya se inició a mediados del siglo XX, cada día va aumentando. Como se puede apreciar en el mapa, muestra una distribución casi continua por Extremadura, buena parte de Andalucía, Toledo y Ciudad Real, Madrid y Ávila, Salamanca y Zamora. 


En nuestro país están presentes durante el período estival, desde marzo hasta septiembre, para luego reunirse en pequeños grupos pre-migratorios y posteriormente emigrar a África (Oeste del Sahel), Senegal y Nigeria, donde pasaran el invierno. 


Se reconocen 10 subespecies de Golondrina dáurica (Cecropis daurica), siendo la subespecie “C. d. rufula”, la que habitualmente vemos en nuestro país y que se caracteriza por estar poco rayada en el pecho y el vientre. 




Su periodo reproductor normalmente va desde abril a septiembre, siendo habitual que efectúen dos puestas y ocasionalmente tres. Construyen su característico nido en forma de iglú invertido (media botella, o pera) y con entrada a modo de túnel, utilizando el barro que recogen con sus picos y mezclándolo con hierbas y paja. Posteriormente lo moldean en pequeñas bolas que van uniendo y que adhieren bajo un plano horizontal, hasta darle esa forma tan característica. En la construcción intervienen ambos sexos y les suele llevar unos 10-15 días. 




Acostumbran a situar el nido bajo las cornisas de piedra en zonas rocosas, puentes, cuevas, construcciones humanas en zonas rurales y en menor cuantía en las casas de los pueblos y las ciudades. De esa manera queda protegido por arriba. Su interior lo suelen tapizar con plumas y lana. Normalmente la puesta se compone de entre 3-6 huevos, habitualmente 4-5. La incubación dura 15 días aproximadamente y corre a cargo de ambos sexos. Las crías abandonan el nido cuando tienen unos 25 días de edad, pero siguen volviendo al nido para dormir con sus padres, durante unos 20 días más. 




La Golondrina dáurica habitualmente es un ave fiel al lugar de cría y durante varios años anidarán en el mismo lugar, limitándose a reparar el antiguo nido. 




Aunque no se han descrito problemas de conservación en especial, sus principales amenazas se deben al abuso en el empleo de plaguicidas, ya que disminuyen su fuente de alimentación, a la contaminación atmosférica, a las molestias durante la cría y a la destrucción de nidos. La Golondrina dáurica aparece como “De interés especial” en el Catálogo Nacional de Especies Amenazadas. 




Me gustaría terminar esta entrada invitando a los pacientes lectores de la misma a leer un interesante artículo que al respecto de la destrucción de los nidos de golondrina publicó el periódico digital ideal.es y del que os dejo aquí el enlace. En él se comenta el por qué no se deben destruir sus nidos, así como los beneficios que aportan al tenerlos en tu casa.

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