domingo, 6 de mayo de 2018

Hay que “buscarla”, escucharla y encontrarla. Buscarla unicolor (Locustella luscinioides). Chicharra de les cañaveres.

Cuando visitas un humedal como el del Parque Natural de las Tablas de Daimiel, puedes observar y fotografiar un buen número de especies de aves residentes habituales, que están presentes a lo largo de todo el año, y otras muchas que van a variar en función de la temporada en que lo hagamos. 



Si nos centramos en la amplia y muy variada relación de aves paseriformes (pájaros) que podemos encontrar en ese maravilloso entorno, a las aves residentes habituales propias de la vegetación palustre, como el Escribano palustre (Emberiza schoeniclus) o el Ruiseñor bastardo (Cettia cetti), habría que añadir a la estrella de ellos que no es otro que el precioso Bigotudo (Panurus biarmicus),



Durante la temporada primaveral y estival, a los anteriores pájaros propios del carrizal, que están presentes a lo largo de todo el año, habría que añadir a los que acuden a ese magnífico paraje en esta temporada prenupcial, y entre ellos cabe señalar al Carricero común (Acrocephalus scirpaceus), al Carricero tordal (Acrocephalus arundinaceus) y a la Buscarla unicolor (Locustella luscinioides) que vienen a nidificar allí desde las lejanas áreas de invernada africanas. 



Es por este motivo, por lo que cualquier aficionado a la observación y fotografía de aves que acuda en esta temporada primaveral a los humedales manchegos, va a ir buscando de manera efusiva a cualquiera de estos preciosos pájaros, que resultan muy difíciles de observar en ciertas regiones de nuestro país, como es el caso de Asturias, donde podemos observar y disfrutar de otras muchas especies, pero muy difícilmente de algunas de ellas, como es el caso del Bigotudo o de la Buscarla unicolor. 



Pues bien, es precisamente en esa línea, en lo referente a las aves paseriformes, en la que me he orientado durante mi reciente visita a esos parajes castellano manchegos. El problema es que es tal la variedad y abundancia de otras muchas aves no paseriformes que se pueden ver allí en esta temporada (diversos tipos de patos, somormujos, flamencos, garzas, limícola, rállidos, cigüeñas…) y que a duras penas podemos ver por Asturias, que resulta francamente difícil centrarte en alguna en concreto.



Aspecto este de fotografiar a ciertas paseriformes propias del carrizal, muy difícil de conseguir, como es el caso del Bigotudo, y aún más, el de la Buscarla unicolor, ya que a su escasez, y sobre todo a su carácter tímido y escondidizo, hay que añadirle la dificultad de su localización, dado su mimetismo con el entorno, lo que dificulta notablemente el adecuado enfoque entre la maraña de carrizos y vegetación palustre en general, en la que habitualmente se desenvuelven. 



A lo anteriormente mencionado, hay que añadir, en el caso concreto de las Tablas de Daimiel, la dificultad por lo constreñido de los espacios en los que te puedes mover, constituidos a base de estrechas pasarelas de madera donde no paran de pasar grupos de personas que visitan ese paraje. Además, una costumbre  habitual de muchas de esas visitas, consiste en que cuando te ven intentando fotografiar alguno de estos esquivos pájaros, se te paran al lado para ver que estás enfocando, eso sí,  hablando bien alto y moviéndose alrededor, con lo cual resulta una verdadera proeza conseguir alguna fotografía decente. Todo ello, cuando en el mejor de los casos, has sido capaz de localizar, tras largos periodos de búsqueda, alguna de estas emblemáticas especies. 



Pero la verdad no sé de qué me quejo, pues si a pesar de todos estos inconvenientes, eres capaz de obtener alguna fotografía de esos esquivos pájaros, te vuelves a casa sintiéndote el hombre más feliz del mundo, ya que sabes que llevas en tu cámara de fotos el recuerdo de las imágenes que has podido observar a través del visor y de las que podrás disfrutar posteriormente viéndolas más tranquilamente en tu ordenador y compartiéndolas con otros aficionados. 



Ese es el caso concreto del bello “pajarin” que os presento hoy, la Buscarla unicolor (Locustella luscinioides), conocida en Asturias como la “Chicharra de les cañaveres” y no por casualidad, ya que, como he querido reflejar en el título de la entrada, es una paseriforme que hay que buscarla en unos lugares precisos de nuestra geografía y en un entorno muy concreto. Una vez allí, la dificultad de encontrarla posada o moviéndose por la espesura del carrizal que no suele abandonar, es sumamente complicado, dado su mimetismo y su carácter escondidizo. 



Basándome en mi propia experiencia, considero que la única manera de conseguirlo es estando pendiente de escuchar su peculiar y muy característico canto, el cual guarda un claro parecido con el que emiten las chicharras o los grillos cebolleros, de ahí su denominación vernácula en algunas regiones de España (Chicharra de les cañaveres, Chicharra de savi, Xhicharra de xungleru…). 



Y claro, como estás en un entorno en el que, en cuanto hace un poco de calor, es bastante habitual la presencia de insectos tipo grillo o chicharra (Cigarra), es muy probable que te pase desapercibido su continuo y machacante sonido. No es de extrañar que la mayoría de las personas que escuchan este sonido lo atribuyan a uno de estos insectos. 



Afortunadamente, no fue el caso y como iba perfectamente sensibilizado a escuchar ese tipo de canto, nada más oírlo, me puse como loco a buscar a la apreciada Buscarla unicolor, siguiéndome tan sólo por el canto tan característico que emitía de manera continua, lo cual me facilitó notablemente el poderla encontrar. 



Allí estaba, entre el carrizo, adecuadamente agarrada a un tallo y desgañitándose a cantar, elevando la cabeza y haciéndote dudar de la posibilidad de que se quedara sin aire, dado lo prolongado de su trino (hasta 3 minutos seguidos). 



Una maravilla poderla observar cantando de esa peculiar manera y en un entorno como el del carrizal, donde la plasticidad de las fotografías, si eres capaz de enfocarlas, es muy especial, o al menos eso me parece a mí. 



La Buscarla unicolor (Locustella luscinioides) es una pequeña ave paseriforme perteneciente a la familia “Sylvidae” y género “Locustella” que vienen a medir entre los 13, 5-15 cm de longitud, con una envergadura que puede alcanzar los 21 cm, aproximadamente. Su peso puede llegar a los 18 gr. En esta especie no existe dimorfismo sexual, aunque las hembras son ligeramente más pequeñas que los machos. 



La coloración de su plumaje, como su denominación común describe, es unicolor, presentando por las partes superiores, una coloración parda rojiza oscura con tintes oliváceos que se hace algo más clara en la zona del obispillo, dado que carece de ese tono rojizo característico del dorso.



De esa misma coloración son sus anchas y cortas alas, las cuales se caracterizan por presentar el borde externo redondeado y de color blanquecino grisáceo. 



También el píleo es de un color pardo rojizo, pero en este caso, algo más oscuro que el del dorso. 



El mentón y la garganta tienen coloración blanquecina que se hace muy visible cuando el pájaro canta con la cabeza levantada. A diferencia con su pariente, la Buscarla pintoja (Locustella naevia), no presenta estrías ni en el pecho, ni en la garganta (enlace a Buscarla pintoja). Tampoco tiene las características pintas alargadas de color pardo oscuro en las alas y el dorso, que si luce la Buscarla pintoja y a la que hace referencia su denominación común.



Los flancos son de color grisáceo blanquecino con tonos pardos rojizos. 



Por la parte inferior tienen una coloración blanquecina cremosa con tintes pardos rojizos más claros que en los flancos, pero que se vuelven más intensos bajo el nacimiento de la cola. 



La cara es de color parduzco con la zona de las auriculares más oscura y la parte inferior más blanquecina. También se puede apreciar en ella una corta lista superciliar blanquecina, que es más marcada en unos individuos que en otros. 



El pico es relativamente largo, delgado, más ancho en su base y puntiagudo. Tiene un color pardo grisáceo oscuro en el culmen y más pálido por debajo, con bordes amarillentos hasta las comisuras y el extremo inferior negruzco. 



Los ojos son grandes, de color marrón y están rodeados de un fino anillo periocular blanquecino muy acusado en su parte superior e inferior. 



La cola es larga, muy ancha y tiene el extremo en forma de cuña ya que las rectrices centrales sobresalen un poco más que las laterales. Las infracoberteras caudales muestran un tenue barreado claro que solo es perceptible con buenas condiciones de luz. 




Las patas son medianamente largas y de color rosa grisáceo pardusco. 



Los jóvenes son muy similares a los adultos pero por la parte superior con tonalidades de su plumaje más rojizas y con el iris de los ojos más oscuro que el de ellos. 



El canto de la Buscarla unicolor es, como ya mencioné anteriormente, sumamente característico y  guarda una clara similitud con el monótono chirrido de una chicharra o el de un grillo cebollero. Se trata de un sonido tipo “eurrrrr” bastante sonoro, monótono y sostenido, que tan solo guarda un cierta semejanza con el de su pariente la Buscarla pintoja, en lo referente a su monotonía y en la forma continuada en que lo emite. 



Acostumbra a cantar desde lo alto de un carrizo o un junco, con el pico abierto, la cabeza bien levantada, girándola a derecha e izquierda y con el cuerpo trémulo. 



Canta con preferencia al amanecer y en migración incluso antes de despuntar el alba. 



La Buscarla unicolor, al igual que su familiar la Buscarla pintoja, tiene la costumbre de mover y levantar a menudo su cola hacia arriba, lo cual sirve como rasgo diferenciador con el Carricero común, con el que guarda un gran parecido. 



Su hábitat son las zonas con abundante vegetación palustre, carrizales, cañaverales, juncales, espadañales. No solo eligen zonas húmedas dulces, sino que también las salobres como las marismas. 



Se alimentan a base de insectos y sus larvas, arácnidos, pequeños caracoles y lombrices. 



Se distribuye por el Paleártico occidental de Europa y también en el noroeste de África. En Europa se reproduce de forma local y poco abundante en Francia, Holanda, Bélgica, Alemania, países del Báltico Sur, Rusia central y los Balcanes, siendo muy local en Italia, Sicilia y Hungría. Se reconocen dos subespecies, una oriental y otra occidental. Esta última, la L. luscinioides, es la que se encuentra en España. 


En nuestro país son habituales durante el período estival y durante los pasos migratorios. Aparecen en la mitad sur de la Península Ibérica y más concretamente en algunos humedales de la costa mediterránea, el valle del Guadalquivir, La Mancha, Extremadura y también en la Meseta norte. Falta en Canarias y es rara en Baleares. Se trata de una migrante transahariana cuyo paso prenupcial se produce en marzo y el posnupcial tiene lugar entre agosto y octubre. 


Su principal núcleo de cría se localiza en las marismas del Guadalquivir y su entorno, así como el delta del Ebro. Su periodo de reproducción se extiende desde el mes de abril a julio. 


Ambos progenitores se dedican a construir un nido con forma de taza entre la espesura de la vegetación palustre, utilizando para su elaboración las hojas secas entrelazadas de los carrizos. La puesta se compone habitualmente de 3-6 huevos. La incubación se lleva a cabo por ambos padres y dura 14 días aproximadamente. Las crías abandonan el nido alrededor de los 12 días de edad pero siguen siendo atendidas por sus padres durante algunos días más. Es posible que la especie efectúe dos puestas anuales. 



Las principales amenazas para la Buscarla unicolor vienen de la destrucción o alteración de las zonas húmedas donde cría, por la alteración del ciclo hidrológico, la eliminación o modificación de la vegetación palustre o la contaminación. También puede verse afectada por condiciones adversas en las zonas de invernada (por ejemplo, sequías). La buscarla unicolor se considera “Casi amenazada” en el Libro Rojo de las aves de España y está incluida en el Listado de Especies Silvestres en Régimen de Protección Especial.

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