martes, 19 de diciembre de 2017

El ave que se automedica para resultar más atractiva sexualmente. Avutarda común. Otis tarda.

En mi reciente viaje a tierras castellano extremeñas desde Asturias, una vez más no he sido capaz de pasar de largo y no desviarme, aunque solo sea unas horas, al espacio natural protegido de la Reserva Natural de las Lagunas de Villafáfila. 




Aun y cuando era totalmente consciente de que toda la zona estaba padeciendo una temporada de gran sequía, y como consecuencia las diversas lagunas que componen esta reserva estaban totalmente secas, no fui capaz de pasar de largo sin adentrarme en la zona con la esperanza de encontrar algún ave rapaz interesante y la casi seguridad de poder observar algún ave esteparia como la Avutarda común o incluso, el escaso y esquivo Sisón común.




A favor tenía que al ser primera hora de la mañana, es cuando, desde mi particular punto de vista, mejor se pueden ver a las avutardas y cuando la altura del sol favorece más la toma de fotografías, al igual que ocurre al atardecer. 




Mi experiencia de otras ocasiones en las que he estado fotografiando avutardas, es que la mejor zona para conseguirlo es el área triangular que forma el pueblo de Tapioles con el de Cerecinos de Campos y el de Revellinos. En esa zona el terreno es muy llano y por él discurren varios kilómetros de pistas de tierra con una visibilidad muy buena en general, lo que permite encontrar fácilmente grupos de avutardas, dado su gran tamaño. Aunque esto en principio es una ventaja, la dificultad viene en que al estar tan despejado el paisaje, en cuanto detienes el coche y te bajas de él, las avutardas inician automáticamente su desplazamiento, unas veces caminando y otras alzando el vuelo.




Además, al ser primera hora de la mañana, ya había varios vehículos particulares y agrícolas discurriendo por la zona, así como varios grupos de personas pululando campo a través (algunos con sus respectivos perros). Desconozco si estaban buscando algún tipo de seta o practicando alguna modalidad de caza, pero en cualquier caso, fue un aspecto que preferí no descubrir.




Aunque en otras ocasiones he tenido la oportunidad de poder observar y fotografiar avutardas, no me deja de impresionar el ver a esas enormes aves desplazándose por las extensas estepas castellanas y saber que estamos ante una especie considerada actualmente como “amenazada a escala global”, que ha desaparecido en casi toda Europa y que es precisamente España, uno de los pocos lugares en los que todavía vive y donde ha encontrado uno de sus últimos refugios. Además, según tengo entendido, es precisamente la Reserva Natural de las Lagunas de Villafáfila, el lugar donde se concentra la mayor densidad de esta especie del mundo, habiéndose llegado a contar entre 2.000-3.000 ejemplares en los últimos años.




No debemos olvidarnos de que según los últimos estudios realizados al respecto, de entre los 44.100-57.000 ejemplares de Avutarda común que se estima que aún quedan actualmente en el mundo, España es, con el 68% de esa población, la principal reserva mundial de esta especie. El resto de poblaciones (Rusia 24%, NO de China 4%, Mongolia-SE Rusia-NE China 4%, Portugal 4%, Hungría 3%) no sólo son mucho menores, sino que se encuentran además en condiciones aún mucho más inciertas de conservación que las que se dan en nuestro país.




La Avutarda común se distribuye de forma muy discontinua desde Europa y el norte de Marruecos, hasta el noreste de Asia (Siberia, China). Las poblaciones europeas son principalmente sedentarias, pero las asiáticas se trasladan al sur en invierno. En la actualidad, las poblaciones centro europeas están casi extinguidas, quedando sólo algún núcleo relevante en las estepas húngaras, norte de Alemania y Polonia, Checoslovaquia y Austria y desde el Sudeste se extiende por el sur de Rusia, Asia Menor, el Cáucaso hasta Siberia occidental y Turkestán y más hacia el Este hasta Mongolia y Manchuria.




La población de avutardas en la Península ibérica se estima actualmente en alrededor de 31.300-36.200 aves, de las cuales 29.400-34.300 están en España y concretamente: 14.000-16.000 en Castilla y León, 5.500-6.500 en Extremadura, 500-6.500 Castilla-La Mancha, 1.400-1.500 en la Comunidad de Madrid, 350-360 en Andalucía, 115 en Aragón, 50-60 Navarra y unas 6 en Murcia. En nuestro vecino Portugal, se estima una población de unos 1.900 ejemplares.




Hemos de tener en cuenta que hasta el año 1.980 en nuestro país estaba permitida la caza de la Avutarda y a raíz de que su población descendiera progresivamente de una forma alarmante, se prohibió su caza y fue a partir de entonces cuando se empezó a estabilizar ese descenso. Similar trayectoria sufrieron las poblaciones centroeuropeas de esta especie durante el pasado siglo XX debido a la caza, a la intensificación agrícola y la transformación de tierras de secano en regadíos. Actualmente en algunos países centroeuropeos se han tomado medidas de conservación de esta especie (incluida la cría en cautividad, con resultados más que dudosos), lo que ha permitido la recuperación de parte de sus poblaciones en países como Alemania, Austria o Hungría.




La Avutarda común (“Otis tarda”) es la única especie del género “Otis”, que da nombre a la familia Otididae (avutardas y sisones). Actualmente a esta familia de aves (Otididos) se les clasifica en su propio orden, el de los Otidiformes, aunque tradicionalmente se la clasificaba dentro de Gruiformes (grullas, rascónes, polluelas, gallinetas, fochas, calamones) y en ella se incluyen otras dos especies de nuestra fauna, el Sisón común (“Tetrax tetrax”) del género “Tetrax” que, aunque escaso, se encuentra ampliamente distribuido por la Península, y la Avutarda hubara (“Chlamydotis undulata”) del género “Chlamydotis” que tan sólo la podemos ver en las Islas Canarias. 




Su denominación científica en latín, “Otis tarda” (“ave tarda”) proviene de la palabra griega “otis”, que significa ave y de “tarda”, que proviene de la palabra del latín que significa lenta, en alusión a la lentitud en iniciar el vuelo de la especie.




La característica más llamativa de esta especie es sin duda su gran tamaño. No debemos olvidarnos de que ostenta el record de ser el ave de mayor tamaño corporal de nuestro país y el del ave voladora más pesada del mundo. Además, está considerada como una de las especies vivas de aves con un mayor dimorfismo sexual, debido fundamentalmente a la gran diferencia de tamaño y peso entre machos y hembras. Para hacernos una idea de estas importantes diferencias y aunque sea un poco farragoso presentar muchos datos numéricos, conviene saber que los machos tienen una longitud de entre 90-105 cm, mientras que las hembras están entre los 75-85 cm. La envergadura de los machos ronda entre los 210-240 cm y la de las hembras entre 170-190 cm. Pero tal vez, el dato más significativo y diferenciador entre ambos sexos es el del peso, ya que el de los machos viene a estar entre los 8-18 kg y el de las hembras entre 3,5-5 kg. Existen pocos datos sobre la duración media de vida en libertad, pero se estima en 10-15 años.




Como la mayoría de vosotros ya sabréis, el otoño no es la mejor temporada para poder disfrutar de la observación de estas majestuosas aves, sino que es la primavera (época reproductiva) la época más vistosa, ya que es cuando los machos agrupan a las hembras en un área concreta (las mismas zonas año tras año), conocida como “arena” o “lek” y cuando exhiben su cortejo nupcial realizando la conocida como “rueda”, para atraer la atención de las hembras y poder aparearse. Sólo los machos más dominantes de cada grupo podrán optar a la reproducción, aunque cada uno de ellos fecundará a varias hembras (poliginia). Éstas serán, sin embargo, las encargadas de elegir al macho con el que deseen aparearse. 




La Avutarda común es una especie gregaria, especialmente en invierno cuando se reúnen en grupos de hasta varias decenas de individuos. Durante la mayor parte del año machos y hembras viven en grupos separados. Antes de la época de cría, los machos mudan su plumaje para adquirir su plumaje reproductor (alrededor de enero). El periodo de reproducción se produce entre los meses de abril y junio. Los machos establecen su dominancia en sus grupos durante el invierno, enfrentándose violentamente con embestidas y picotazos entre ellos.




Los bandos de hembras están formados por individuos genéticamente más afines entre sí que los machos. Ellas son más gregarias y fieles a sus zonas natales que ellos. Otro dato interesante es que las hembras son casi dos veces más numerosas que los machos. Debido a la diferencia de tamaño y al modo de vida entre ambos sexos, los machos tienen una mortalidad mayor, debido tanto a causas naturales, como a las inducidas por el ser humano. 




Al final del invierno (durante la época reproductiva) los machos desarrollan un llamativo plumaje nupcial, que exhibirán en primavera frente a las hembras y al resto de los machos del grupo. En esa época destacan en ellos unas largas y delgadas plumas, a modo de barbas o bigotes, blanquecinas, apuntadas, rígidas y eréctiles, que parten de la mandíbula inferior, a cada lado de la base del pico, y que a partir de los 3 años de edad y año tras año, van adquiriendo un desarrollo mayor en número y tamaño, motivo este por el que a los machos de mayor edad se les conoce popularmente como “barbones”. Desde los 6 años en adelante estos bigotes son muy largos y poblados (12-15 cm) y por su tamaño y desarrollo, así como por la mancha alargada de color oscuro que desde los carrillos baja a lo largo del cuello, puede conocerse la edad de los machos.




El largo cuello de los machos es de color gris azulado en su parte superior, pero según desciende hacia la parte inferior, se va volviendo de color parduzco rojizo, oscureciéndose a medida que se aproxima al pecho y formando una especie de colorida faja pectoral. Esta coloración se vuelve más intensa y vistosa en la época de celo en la que también se produce un evidente engrosamiento del cuello. Durante el cortejo nupcial, los machos poseen en el cuello un saco que hinchan ostentosamente.




Las hembras aparte de ser bastante más pequeñas que los machos, tienen el plumaje con colores más apagados y por tanto, menos vistoso. Carecen de bigotes y tienen la mayor parte del cuello de color gris.




Los machos jóvenes son muy parecidos a las hembras, pero, a diferencia de estas, tienen los laterales del cuello parcialmente teñidos de pardo con tonos rojizos.




Su alimentación, aunque es omnívora, varía con las estaciones del año. Durante el invierno es fundamentalmente vegetariana y al parecer la alfalfa es su alimento preferido, así como las legumbres, las crucíferas, el diente de león, la margarita de los prados, las uvas y los granos de trigo y cebada. En primavera y verano su dieta se basa en el consumo de grandes cantidades de presas animales, siendo los coleópteros, los himenópteros y los ortópteros los insectos más consumidos. También pueden consumir pequeños vertebrados, como pequeños roedores, ranas, lagartijas y polluelos de otras aves, si surge la oportunidad. Complementan esta dieta con brotes y semillas.




Existe un interesante estudio realizado por científicos del CSIC y publicado por la revista PLOS ONE, en 2014, en el que se pone de manifiesto que las avutardas se automedican ingiriendo escarabajos tóxicos. Al comerlos, ingieren pequeñas dosis de veneno (cantaridina) con un doble propósito: eliminar sus parásitos internos y, sobre todo, en el caso de los machos, para aparecer más sanos y fuertes ante las hembras, lo que les permite ser más atractivos sexualmente y lograr un mayor éxito reproductivo. Se trata de dos especies de coleópteros, los que conocemos popularmente como aceiteras (Berberomeloe majalis y Physomeloe corallifer) que son evitados por la mayoría de depredadores por su contenido en cantaridina. Este es un compuesto muy tóxico que en pequeñas dosis puede matar a la mayoría de animales, incluido el hombre. 




Tanto machos como hembras consumen estos coleópteros, pero sólo los machos los seleccionan de entre todos los insectos disponibles, e ingieren más ejemplares y más grandes que las hembras. Los buscan con afán en primavera, cuando el estrés producido por el costoso comportamiento de celo y la fuerte competencia entre los machos por el acceso a las hembras les hace más vulnerables a las infecciones. Los autores del estudio dicen que los machos de avutarda utilizan la cantaridina para reducir su carga de parásitos, y aparecer así más sanos y vigorosos, y por tanto, más atractivos frente a las hembras. La cantaridina posee una potente eficacia antibacteriana y antihelmíntica, por lo que las avutardas pueden utilizarla como medicamento contra las infecciones gastrointestinales provocadas por bacterias, tenias y nematodos, que son frecuentes en estas aves y pueden transmitirse por vía sexual.




Este consumo explicaría la exhibición de su cloaca que los machos efectúan al acercarse a las hembras, y la meticulosa inspección que las hembras llevan a cabo de la cloaca del macho.




El blanco plumaje que rodea a la cloaca permite a la hembra visualizar claramente si la zona con la que va a entrar en contacto durante la cópula está libre de parásitos o de los síntomas de su presencia, como suciedad producida por diarrea y la importancia de elegir al macho más sano, fuerte y capaz de resistir los efectos de la cantaridina da pleno sentido a la escrupulosa inspección que la hembra lleva a cabo de varios machos, antes de elegir consorte.




Nunca antes se había sugerido ni investigado esta función de la automedicación como mecanismo implicado en el proceso de selección sexual. Sin embargo, la automedicación podría ser de gran importancia, sobre todo en especies polígamas, en las que la competencia entre machos es especialmente intensa, y son las hembras las que eligen al macho que las fecundará.




Su hábitat preferido son las estepas y grandes llanuras de cultivos de secano, en especial cereales (trigo y cebada), legumbres y pastizales, en las que se alternan algunas áreas de vegetación natural y extensiones en barbecho. En verano también habitan cultivos de girasol e incluso zonas con arbolado disperso, como pequeños olivares, almendrales o dehesas abiertas.




La Avutarda común se caracteriza por su paso lento y majestuoso, pero cuando se intenta aproximarse a ellas comienzan a andar manteniendo siempre una gran distancia entre ellas y nosotros, pero normalmente sin levantar el vuelo. Si son molestadas tienden a correr (pueden alcanzar una velocidad en carrera de hasta 48 km/h) antes que volar. No debemos olvidar que si se sienten acosadas no dudan en atacar. Esto sucede pocas veces, porque poseen un sentido del oído muy fino y una vista muy aguda y su extraordinaria desconfianza les permiten huir antes que enfrentarse al enemigo.




En el bando, formado por machos de mayor tamaño y hembras más menudas, por lo general un macho viejo, vigila atentamente en todas direcciones mientras sus compañeros se alimentan. Si de repente algo llama la atención del centinela, éste adopta una postura rígida, con el cuello estirado, lo que alerta a los demás, y poco después, todo el bando se echa a volar pesadamente.




Al iniciar el vuelo dan la impresión de que este va a ser torpe y lento, puesto que para ello tienen que disponer de un amplio espacio en el suelo, sin embargo su vuelo es poderoso, especialmente durante sus desplazamientos estacionales, pudiendo alcanzar los 80 km/h volando. Destacan sus amplias alas casi totalmente blancas, (excepto las primarias que son negras o muy oscuras) que llevan muy abiertas, el cuello largo bien estirado y las patas no del todo ocultas bajo la ancha cola.




La prohibición de su caza en los años ochenta, permitió parte de la recuperación de la especie, aunque tampoco debemos olvidarnos de que en la actualidad, los principales problemas para la conservación de la Avutarda común, radican en el abandono de las prácticas agrícolas tradicionales (transformación de secano en regadío), el importante aumento de la mecanización del campo, con la consiguiente intensificación de la agricultura y la expansión urbanística, lo que provoca la desaparición de los lugares de reproducción, una disminución en la disponibilidad de alimento y una menor productividad.




Otra de las importantes amenazas para la Avutarda es la colisión contra alambradas y cables de los tendidos de líneas eléctricas de alta tensión y que suponen actualmente la principal causa de mortalidad no natural de adultos. Esto ocurre con más frecuencia en el caso de los machos y en sus frecuentes vuelos crepusculares o nocturnos, ya que al ser tan pesados su maniobrabilidad para esquivar estos obstáculos con poca visibilidad, es muy baja. Tampoco debemos olvidar la caza furtiva, el uso indiscriminado de herbicidas, la destrucción de nidos y huevos por las avanzadas técnicas agrícolas y la depredación que sufren las crías por zorros y perros asilvestrados.

2 comentarios:

  1. Felicidades por tan excelente y detallado trabajo acerca de la Avutardas, tanto por las imágenes como por los datos de comportamiento que no son tan conocidos.
    Lo encontré precisamente buscando acerca de los "paseos" de exhibición en grupos de machos en primavera.
    Un cordial saludo

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