sábado, 8 de junio de 2019

La crueldad de las leyes de la naturaleza. Abejaruco europeo (Merops apiaster). Abeyarucu. Culebra de escalera (Zamenis scalaris).

El martes pasado (04/06/2019) acompañado de dos buenos amigos, acudimos, como muchos aficionados a la fotografía de aves en esta época, a intentar fotografiar al que podemos considerar como el pájaro más colorido de nuestro entorno, el Abejaruco europeo (Merops apiaster). 



Acudimos a una localización donde habitualmente cría esta preciosa especie que se encuentra en las afueras de una localidad situada al N.O. de la provincia de Madrid. El lugar era el idóneo pues se encuentra situado en una antigua gravera en donde existe algún que otro montículo de arena de cierta altura (4-5 m), en donde aprovechan estas vistosas aves para anidar. 



Tras situarnos perfectamente escondidos y a suficiente distancia para que los abejarucos no se vieran intimidados para acudir a sus nidos, al poco tiempo pudimos escuchar sus característicos trinos mientras sobrevolaban nuestra posición y el gran montículo de arena donde existían numerosas perforaciones horizontales excavadas por estas aves, en cuyo interior sitúan sus nidos y depositan sus huevos. 



Como muchos de vosotros ya conoceréis, los abejarucos construyen sus nidos excavando galerías de entre 50-200 cm de profundidad en función de la dureza de los materiales del terreno y con una boca de entrada de unos 10-12 cm, que acaban al final en un pequeño habitáculo donde realizan la puesta. 



Los construyen en taludes y terraplenes, frecuentemente al borde de las carreteras y riberas de los ríos, o en pequeños montículos de tierra casi a ras del suelo. Ambos progenitores llevan a cabo la excavación en la que pueden invertir entre 10-14 días y que realizan con el pico, sacando la tierra con las patas. 



Pues bien, iban pasando los minutos y pudimos comprobar cómo los abejarucos no se acababan de confiar y no se decantaban por posarse en los alrededores de las perforaciones que conducen a sus nidos, y si lo hacían, tan solo permanecían unos segundos y se marchaban volando de nuevo por los alrededores, sin dejar de emitir sus trinos característicos. 



Teníamos bien claro que no se debía a nuestra presencia y además comprobamos que acudían más al lado opuesto de esa cara del montículo en la que nos situamos nosotros y en donde estaban las entradas a sus nidos. 



Ante tal situación y tras permanecer cerca de hora y media a la espera de que se decidieran a acceder a sus nidos o a posarse en varias perchas cercanas a ellos, decidimos limitarnos a fotografiarlos en vuelo como única alternativa. 



Al final de ese periodo de tiempo y tras realizarles algunas fotografías testimoniales en vuelo, decidí, antes de marcharnos del lugar, bordear el montículo en su totalidad para intentar averiguar las causas del porqué no se posaban y sobrevolaban más la parte opuesta a nuestra posición. 



Mi sorpresa, como podréis imaginar, fue mayúscula al comprobar que justo en esa cara opuesta a la nuestra, había otra pared vertical en donde existían otro buen número de agujeros perforados a una altura de entre los 2-5 m, aproximadamente. 



Pero enseguida me llamo la atención lo que en principio pensé que era una grieta en la pared de tierra, que discurría de un agujero a otro, pero ¡oh sorpresa!, rápidamente me di cuenta que la tal “grieta” se movía. 



Si, efectivamente, mis peores suposiciones se hicieron inmediatamente realidad, ya que pude comprobar que se trataba de una hermosa culebra de cerca de dos metros de longitud, que con bastante habilidad y rapidez se desplazaba de agujero en agujero en búsqueda de alimento. Mientras tanto los pobres abejarucos no paraban de sobrevolar las entradas a sus nidos sin atreverse en ningún momento a hacer frente al osado ofidio. 



El ofidio en cuestión lo pude identificar como una Culebra de escalera (Zamenis scalaris) adulta que acostumbran a ser de color pardo amarillento, con dos líneas negras paralelas recorriendo longitudinalmente su espalda y algunas motas negras diseminadas. Los ejemplares juveniles de esta especie son los que le dan nombre a la especie ya que son de color gris, salpicado con motas negras, y con un diseño de manchas negras a lo largo de su espalda con forma de “H” que se asemeja a una escalera de mano, y de ahí el origen de su denominación común. 



La culebra de escalera es un cazador que se muestra activo principalmente en las horas diurnas y crepusculares. Aunque su periodo de máxima actividad es durante el día, existen variaciones regionales y estacionales. Cuando las temperaturas son muy altas en verano desplaza su mayor actividad al amanecer, el atardecer y las primeras horas de la noche. 



Se alimenta principalmente de pequeños mamíferos, con el tamaño de un gazapo máximo, y también aves, a los cuales atrapa primero con su boca y después los estrangula con su cuerpo. Es relativamente agresiva e intentará atacar a sus potenciales enemigos mordiéndolos, aunque no es venenosa. 



La sensación del observador es de lo más desagradable, como podréis imaginar, pues la culebra se introducía en todos y cada uno de los agujeros a una velocidad nada desdeñable, y mientras los abejarucos los sobrevolaban impotentes ante tal situación. 



Aunque es sabido que la Culebra de escalera es principalmente terrestre, aunque puede trepar a los arbustos y por los riscos, me parecía increíble la habilidad que demostraba tener pues estaba desplazándose por una pared de arena totalmente vertical y a una altura considerable del suelo. ¿Cómo lograba hacerlo si no tiene patas o algún otro recurso anatómico para poder trepar por una superficie vertical lisa?, pues si prestabas un poco de atención, te podías dar cuenta que siempre introducía la cola en un agujero y eso le servía de apoyo para poder avanzar con el resto del cuerpo hasta introducirse en el túnel excavado en la arena. 



Cuando tenía necesariamente que sacar la cola (que le servía de apoyo) para seguir trepando hacia arriba, se limitaba a adaptar su largo cuerpo describiendo una importante curvatura que a su vez introducía en un agujero intermedio, para así apoyarse en él hasta que desplazaba hasta allí la cola para introducirla. Todo un prodigio de habilidad. 



Eso sí, cuando llegaba a la boca de un nuevo túnel excavado en la arena, no dudaba en introducirse totalmente dentro de él. Menuda sorpresita para los posibles polluelos que podrían estar dentro. 



Creo que igual que me ocurrió a mí, a cualquier otro observador le hubiese dado las ganas de apartar al ofidio de allí utilizando algún que otro recurso material que tuviera a mano, pero aparte de la dificultad que entrañaba el acercarse a él, enseguida te dabas cuenta de las dificultades que entrañaba y, sobre todo, que de poco o nada iba a servir tal actuación, pues más pronto que tarde la culebra iba a volver a intentarlo, una y otra vez. 



Triste y muy cruel realidad la de las leyes de la naturaleza, conclusión a la que irremediablemente llegas si además piensas que el futuro de esa colonia de abejarucos iba a ser muy negro, pues la culebra, obviamente, iba a volver una y otra vez a sus despensas naturales para satisfacer sus necesidades alimenticias.

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