viernes, 22 de febrero de 2019

Pasarela palustre en Peñas. Escribano palustre (Emberiza schoeniclus). Escribana de les cañaveres.

A mediados de este mes de febrero, aprovechando los primeros y ansiados días de sol, decidí darme una vuelta rutinaria por el entorno del cabo Peñas para disfrutar de la bonanza climática, el paisaje del entorno y buscar algún ave que mereciera la pena fotografiar. 




Fueron días soleados pero con temperaturas bajas lo que unido a los vientos característicos de la zona, hizo que la sensación térmica fuera menor de la que marcaban los termómetros y además, esa presencia del viento, como muchos ya sabéis, dificultaba notablemente la observación y fotografía de aves. 




En una primera impresión general, el panorama pajaril era bastante desolador y enseguida se me pasó por la cabeza recoger los bártulos y abandonar el intento, consciente de que la época actual no daba para más. Tan sólo quedaba resignarme pensando que en breve vendrán tiempos mejores y podremos disfrutar de un buen puñado de especies. 




No obstante, tras caminar durante un buen rato por arriba y por abajo, atravesando muchos terrenos encharcados y embarrados, pude localizar un par de zonas en donde, en sus idas y venidas, se posaban temporalmente unas cuentas especies de paseriformes entre las que cabe destacar los verderones, pinzones vulgares, pardillos, petirrojos, jilgueros, bisbitas, gorriones comunes y algún que otro pajarillo, sin olvidarme de los numerosos estorninos, tan habituales en esta época y alguna que otra Lavandera blanca enlutada (Yarrellii). 




Con unas buenas dosis de paciencia y practicando la fórmula de “la estatua”, es decir permanecer lo más inmóvil posible, ante la ausencia de un posible escondite cercano (árbol, matorral, rocas, etc.), poco a poco los pajarillos fueron cogiendo confianza y me permitieron fotografiarlos a una distancia prudencial. 




Enseguida mi atención se desvió cuando vi aparecer al primer Escribano palustre, un pájaro por el que siento una gran simpatía y al que he fotografiado en bastantes ocasiones con su plumaje invernal, consiguiendo buenas y bellas instantáneas, o al menos eso me parece a mí. 




En este primer encuentro, se trataba de un precioso ejemplar macho luciendo en todo se esplendor su plumaje reproductor (nupcial), como si de un modelo de pasarela se tratara. 




Me vais a perdonar semejante frivolidad, pero verlo erguido en lo alto de una fina rama y adoptando diferentes posturas a modo de poses, era todo un espectáculo.




Tal vez debido al frío que estaba pasando, soportando el viento racheado sin apenas moverme, hizo que mí imaginación se desatara y la observación de ese primer macho me hiciera imaginar semejante situación, en la que el protagonista estuviera luciendo un lujoso “abrigo de plumas” con ese característico “cuello levantado”. 




Poco a poco, y unas grandes dosis de paciencia, allí y en otros lugares próximos, fueron apareciendo nuevos ejemplares macho de E. palustre, exhibiendo distintas fases de su cambio de plumaje, lo cual venía a ratificar mi idea de que me encontraba viendo un pase de diferentes modelos. 




Los había anillados, con el cambió de plumaje muy avanzado, luciendo unas partes ventrales muy blancas, contrastando notablemente con el color negro de la cabeza, garganta, parte anterior del cuello y zona alta del pecho. 




Otros, se encontraban a medio camino presentando colores más cremosos en las partes anteriores y la cabeza, garganta, cuello y pecho parcheados de negro. 




Eso sí, en todos los casos exhibiendo su llamativo y característico collar blanquecino bordeando los laterales del cuello. Un collar que está incompleto ya que no lo abarca en su parte anterior y termina estrechándose en la base de la mandíbula inferior, como si de solapas se tratara. De ahí lo del “cuello levantado del abrigo de plumas”. Además, durante el cortejo nupcial el mancho tiene la capacidad de “inflar” este collar blanco. 




Evidentemente, ante semejante exhibición de diferentes plumajes, no podían faltar ellas, los ejemplares hembra de E. palustre, que contemplaban ese “desfile de modelos” y aunque también  exhibían sus mejores galas, sinceramente, nada que ver su belleza con la de sus pretendientes en esta época. 




No nos olvidemos de que en esta especie existe un claro dimorfismo sexual y las hembras en esa época son mucho más discretas variando mucho menos su aspecto en relación al que lucen en invierno. 




En esa época nupcial, también la cabeza de las hembras tiende a oscurecerse, presentando un color pardo con las plumas auriculares de color marrón muy oscuro, llegando a ser en algunos ejemplares prácticamente negras. 




Destacan en ellas una gran lista superciliar de color cremoso blanquecino del mismo color que la bigotera a la que se une en la parte delantera, pero eso sí, siempre sin el collar blanco que presenta el macho y que en ellas está difuminado con un matiz parduzco. 




Presentan unas manchas marrones en los lados de la garganta en lugar de la mancha negra que tiene el macho en toda la garganta. El pecho también tiende a oscurecerse siendo de un color más pardo que en el macho. 




La parte alta del pecho está rayada de pardo sobre fondo blancuzco, siendo en los flancos ese rayado algo más claro (acastañado). 




El píleo es de color pardo rojizo finamente rayado y también de color marrón oscuro. 




El obispillo lo tienen de color pardo y algunas listas de color marrón oscuro en el pecho. 




Los jóvenes se parecen mucho a las hembras adultas, pero poseen una coloración en general más clara ya que tienen el dorso con los bordes de las plumas más pálidas. La garganta y el pecho son pardo amarillentos y el vientre algo más claro y con abundantes estrías. 




Aparte de las características más llamativas que los machos lucen en la época reproductora y que antes ya he descrito, decir que el centro del píleo es de un color castaño más claro y que, en ciertas situaciones, pueden erizar sus plumas a modo de cresta. 




Presentan también una gruesa bigotera blanca en la cara, que desde la base de la mandíbula inferior, se dirige oblicuamente hacia el cuello hasta unirse con el collar blanco ya mencionado. 




Las alas tienen las plumas coberteras de color castaño rojizo con una franja central de color negruzco. Las plumas primarias y las secundarias son de color pardo negruzco con los bordes anteriores de color pardo rojizo claro. 




El obispillo es de color gris azulado. 




La cola es larga y está algo bifurcada. Es de color pardo negruzco, salvo las dos rectrices externas de cada lado que son de color blanco y muy visibles, puesto que el pájaro tiene la costumbre de desplegarlas cuando se mueve entre los carrizos o al volar. 




Las patas son medianamente largas y de color pardo negruzco. 




Los ojos son de un color pardo muy oscuro, casi negro y están rodeados de un fino anillo periocular de color negruzco. 




El pico es cónico, puntiagudo y tiene el culmen curvado hacia abajo. Es de color pardo grisáceo claro en la mandíbula inferior y negruzco en la mandíbula superior. El grosor del pico de la subespecie española iberoriental (“E. s. witherbyi”) es mayor que el de la europea y tiene el culmen convexo. Por su parte, el Escribano Palustre Iberoccidental (“E. s. lusitánica”), se caracteriza por ser más pequeño y tener un pico más fino y con un culmen bastante recto. 




A propósito de las subespecies del E. palustre, decir que las fotografías que aquí presento, aunque veamos ejemplares con el plumaje nupcial, no son de ninguna de las dos subespecies que todavía (y a duras penas) se reproducen en España: el Escribano palustre iberoccidental (E. Schoeniclus Lusitanica), que es endémica de la península Ibérica (Galicia, Portugal y norte peninsular), y otra que sólo cría en España (Valle del Ebro, Levante, la Mancha, S.E. de Madrid y norte de Mallorca) y en el sur de Francia, el Escribano palustre iberoriental (E. s. witherbyi). Estas dos subespecies son residentes y no realizan desplazamientos de interés. 




La especie que si hace esos desplazamientos de interés, es la que vemos en esta época y por esta zona. Se trata de la subespecie nominal proveniente de Europa central o meridional que habitualmente inverna en nuestro territorio (E. Schoeniclus Schoeniclus) y que aparece en toda Europa, Asia y norte de África. Ésta se llega a mezclar, en esta época y en ciertos lugares, con las residentes habituales de la península. 




Esa simpatía especial que siento hacia esta especie y que mencionaba al principio de esta entrada, no solo se debe a la belleza de esa especie sino porque cada vez que me encuentro con ella me viene a la cabeza el hecho de que se trata de una especie que en nuestro país está catalogada desde hace años como un ave “En peligro de extinción” (Catálogo Nacional de Especies Amenazadas) y que se estima que ha habido una caída del 80 por ciento de la población reproductora de la subespecie iberoriental. Por ese motivo y para alertar sobre las amenazas que se ciernen sobre esta especie, ya en el año 2009 fue designado “Ave del Año” por la Sociedad Española de Ornitología (SEO/BirdLife). 




El hecho de que los pocos ejemplares que aún se reproducen en España y norte de Portugal, no pertenezcan a una sola población, sino a dos subespecies diferentes que, además, son casi endémicas, no hace más que aumentar su grado de amenaza. 




Hemos de tener en cuenta que las dos subespecies ibéricas: E. s. lusitanica y E. s. witherbyi, están catalogadas como “En peligro de Extinción” en el último Libro Rojo de las aves de España y no es casualidad que hasta no hace mucho tiempo, éste escribano se reproducía en todo el país, y en la actualidad tan sólo lo hace en menos de 40 localidades. 





Lamentablemente, en la actualidad, en Asturias ya ha desaparecido como subespecie reproductora, aún y cuando las características naturales de nuestro territorio deberían ser favorables, tal y como lo son las de nuestras comunidades vecinas que aún conservan algunas colonias reproductoras. 




Tampoco debemos olvidar que el contingente invernante procedente de Europa (E. s. schoeniclus), aunque presenta un tamaño poblacional mucho mayor, también se considera amenazado y está incluido en la categoría de “Vulnerable” en el Libro Rojo de las Aves de España. 




Entre las posibles causas de esta situación parecen tener un especial protagonismo la pérdida de los carrizos y la desecación de los humedales debido a la intensificación agrícola que ha sustituido los carrizales por regadíos. También ha tenido una gran influencia el uso incontrolado de herbicidas y plaguicidas que contribuyen a diezmar su población al reducir sus fuentes de alimento, tanto animal, como vegetal. 




No es casualidad que esta situación de estar al borde de la extinción, haya ocurrido al mismo tiempo que la de otras especies de aves ligadas a hábitats agrícolas que dependen de semillas de especies vegetales que conviven con los cultivos, su principal alimento en invierno y de insectos con los que dar de comer a sus crías. El aumento del uso de insecticidas y herbicidas, la concentración parcelaria, el incremento de los regadíos y una mayor mecanización de la agricultura impiden la presencia de estas especies vegetales y de insectos.

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